Hoy en día sigue siendo común oír la expresión «enfermedad mental» o «trastorno mental». Vamos a contarte por qué en ITEC no las utilizamos.
Consideramos especialmente engañosa la primera de ellas, enfermedad mental, por su asociación con un modelo médico y dualista.
Arrastramos el concepto de enfermedad en psicología clínica desde la prehistoria, cuando se suponía que el comportamiento estaba influido por humores o incluso por cuestiones esotéricas. Puesto que la medicina trataba las dolencias del cuerpo, la psicología tenía que tratar las «dolencias de la mente». Pero esto implica caer en un doble error: ni se trata de enfermedades ni podemos considerar la mente como algo más allá que una forma de denominar a la experiencia consciente, no como una entidad propia y diferenciada.
¿Por qué no es una enfermedad?
Para responder acudiremos a un ejemplo de nuestro pasado estudiantil. Si imaginamos enfermedades tendemos a asociarlo con gripe, varicela, tuberculosis, anemia… En todos estos casos hay un correlato fisiológico claro y falsable. Suponemos que el virus de la gripe se ha colado en el organismo de una persona y un cultivo lo demuestra. Suponemos hay un déficit de hierro y un conteo de hemoglobina lo demuestra. Y, si resulta que no hay rastro del correlato fisiológico, entonces descartamos que esa persona tenga la enfermedad que creíamos. Hasta aquí todo es sensato.
¿Pero qué pasa en psicología? Veámoslo con un ejemplo.
A una persona diagnosticada de depresión se le presupone un déficit en una serie de neurotransmisores (y curiosamente nunca se pone a prueba; ¿se imaginan que les dijeran que tienen falta de vitaminas o hierro sin hacer un análisis de sangre?), y se le medica al respecto. A una persona diagnosticada con trastorno psicótico se le presupone otro desajuste en neurotransmisores, de nuevo hipotético, y se le medica.
¿Saben qué es lo más sorprendente? Que no todas las personas «con depresión» o «con esquizofrenia» muestran alteraciones fisiológicas concordantes. Cuando se ha tratado de estudiar la hipótesis de los neurotransmisores, no todos los pacientes con diagnóstico tenían desajustes y no todos los que tenían desajustes mostraban la sintomatología esperada. ¿Cómo es posible que, entonces, mantengamos estas explicaciones si han demostrado ser bastante endebles? Eso lo dejamos para otro post. Por ahora, el resumen es que hablar de enfermedad en psicología no tiene, visto lo visto, mucho sentido.
¿Y por qué decimos que no es mental?
Esta cuestión es más compleja, porque se adentra en el terreno de la filosofía.
Desde hace cientos de años nos ha interesado el estudio de lo comúnmente conocido como «mente«. Sin embargo, es muy difícil llegar a un consenso sobre qué es y si realmente se trata de algo con una entidad propia. Por no meternos en asuntos que se escapan al post, resumiremos en que el uso de «mental» nos lleva de nuevo a la disyuntiva cartesiana entre cuerpo y mente.
Desde la psicología conductual se entiende la experiencia de existir como algo indistinto de lo puramente fisiológico. Por ejemplo, ¿por qué el sufrimiento que experimenta una persona diagnosticada con depresión debería ser distinto del dolor que produce la rotura de un hueso? ¿Por qué la ansiedad en los denominados ataques de pánico es algo fenomenológicamente «mental» y distinto de, por ejemplo, el proceso digestivo? Con esto no igualamos, bajo ningún concepto, la experiencia de sufrimiento que producen estos y otros muchos problemas psicológicos; sólo decimos que no creemos que haya un «mundo mental» al que pertenezcan, desligados del sustrato fisiológico.
Vale, pero entonces, ¿qué expresión utilizamos para referirnos a los problemas por los que la gente acude a consulta?
Preferimos utilizar «problemas de conducta«, «trastornos de conducta» o en un sentido más amplio e inespecífico «problemas psicológicos«. Las peculiaridades de esta forma de definirlo las dejamos para un post futuro.
Esperamos haber aclarado algunas dudas y haber dejado clara nuestra postura: no queremos un modelo dualista y biomédico para nuestra disciplina, sino monista y psicológico.