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¿Por qué me sigo sintiendo mal con mi cuerpo? La deconstrucción individual en un mundo global

¿Por qué a pesar de habernos cuestionado los ideales de belleza y la cultura de dieta nos seguimos sintiendo mal con nuestro cuerpo? ¿Qué ocurre cuando te crees trabajada? Cuando crees que has aprendido todo esto, pero aun así eres incapaz de sentirte bien. ¿Por qué no acaba de permear todo este discurso en nosotras?

Estas preguntas y reflexiones nos abren dos frentes: por un lado, la asunción de que al tener más información somos completamente libres para tomar nuestras propias decisiones y, por otro, las exigencias o las reglas rígidas que nos imponemos a nosotras mismas como feministas y como mujeres deconstruidas.

Aunque hayamos hablado del tema con nuestras amigas, hayamos dejado de seguir a ciertas cuentas, buscado otros referentes o modelos en cuanto a alimentación e imagen corporal, nos hayamos cuestionado la cultura de dieta y los ideales de belleza o que incluso, hayamos ido a terapia para trabajar temas relacionados con nuestra imagen corporal, estos no dejan de ser cambios a nivel individual.

La socialización de género no es algo que ocurra solamente en nuestras casas. La socialización de género ocurre a todas horas y en todas partes y afecta a todos los aspectos de nuestra vida. Además, queramos o no, estamos expuestos continuamente a información contradictoria.

¿Cuál es la talla más grande de las tiendas de ropa?, ¿Cuántas veces escuchas “operación bikini” cuando se acerca el verano?, ¿Qué anuncios te salen en Instagram?, ¿Qué tipo de cuentas te salen en “explora” en Instagram?, ¿Qué papel se le asigna a los personajes con cuerpos no normativos en las series y en las películas?

Entender el papel o la función que tienen nuestros comportamientos y qué variables influyen en él nos ayuda a tener más posibilidad de elección y cambio. Es decir, cuanto más conocimiento tenemos sobre las variables que afectan a nuestro comportamiento, tenemos más control sobre el mismo y menos lo atribuimos al azar o al destino. Sin embargo, solamente podemos acceder y controlar una pequeña parte del ambiente que nos rodea. Incluso nuestra propia conducta de elegir entre diferentes opciones de respuesta, está previamente determinada por acontecimientos previos. Esto no quiere decir que no podamos tomar nuestras propias decisiones. De hecho, estamos continuamente eligiendo, pero todo ello ocurre dentro de unas circunstancias concretas.

El proceso terapéutico o las charlas con nuestras amigas, se tratan de contextos controlados en los que se han realizado cambios. Sin embargo, cuando “volvemos” a la sociedad, si no se han realizado cambios en el resto de entornos, no es raro que dejemos de realizar comportamientos recién adquiridos debido a la extinción o al castigo. Es decir, se tratan de prácticas a implantar, que (aún) no están reforzadas naturalmente. Esto no significa que las habilidades aprendidas no puedan generalizarse, pero el entorno no está lo suficientemente “equipado” para mediar el refuerzo de tales habilidades, debido a la falta de contingencias mediadas socialmente. Por lo tanto, cabe preguntarse, hasta qué punto ponemos el foco en las contingencias individuales, en oposición a las contingencias sociales o grupales, cuando nos hacemos todas estas preguntas que se plantean al inicio del texto, cuando nos culpabilizamos porque nos sigue importando nuestra imagen corporal.

Por otro lado, también cabe plantearse:

 

¿Hasta qué punto estamos intentando librarnos de unas reglas rígidas que dictan cómo debería ser mi cuerpo y mi alimentación, pero, al mismo tiempo, estamos operando con otras reglas igual de rígidas que nos dicen cómo deberíamos comportarnos como feministas y como mujeres deconstruidas?

A través de la socialización de género, aprendemos que nuestro valor reside en el cuerpo que tenemos y cómo deberíamos ser para lograr agradar tanto física como comportamentalmente. La delgadez no sólo es considerada un signo de belleza, sino que también significa éxito personal, social, afectivo y profesional. En el ámbito físico, cuando no logramos alcanzar el ideal de belleza imperante en ese momento temporal, sentimos culpa y vergüenza. Pero, además, nos sentimos doblemente culpables si somos “conscientes” de todas las imposiciones estéticas y de todo el entramado que hay detrás. Es decir, “nos ponemos la etiqueta de malas feministas por estar demasiado pendientes del cuerpo”, por ser incapaces de lograr ese ideal de belleza (porque es imposible) y por no ser capaces de que esto no nos importe. Sin embargo, esta culpa no es algo azaroso, sino que también responde al beneficio del patriarcado y del capitalismo.

Por un lado, tenemos que ser perfectas y, por el otro, aceptarnos tal y como somos y querernos a nosotras mismas. Estas ideas se venden como algo sencillo, como algo que se puede alcanzar, como un punto de inflexión dicotómico (“ahora me quiero”, “ahora no me quiero”).  Se impone el mandato de la autoestima, pero no porque haya un interés real en que las mujeres se quieran y se valoren a sí mismas, sino que se nos impone para que, de esta manera, de nuevo, pasa a ser responsabilidad nuestra. Si no tenemos autoestima, es culpa nuestra y además, sentimos vergüenza porque somos incapaces de amarnos y aceptarnos a nosotras mismas.

Las mujeres hemos aprendido a sentirnos culpables por no poder hacerlo todo, por no cumplir con las expectativas de los otros, por no ser lo suficientemente buenas. Se nos enseña que debemos de ser perfectas y que cualquier desviación de esta perfección es un grave fallo por nuestra parte. Además, como mujeres, también aprendemos que, para ser consideradas personas valiosas, tenemos que hacerlo todo perfecto y demostrar constantemente nuestra valía. Dado que hombres y mujeres no tenemos acceso a las mismas oportunidades, aprendemos a justificar mucho lo que hacemos o cuestionar si somos verdaderamente buenas en algo o si estamos haciendo algo bien. En, este contexto. Al igual que nos cuestionamos si somos buenas en nuestro trabajo, como amigas o como pareja, también nos cuestionamos constantemente si somos “buenas feministas”.

En resumen, aunque conozcamos y entendamos cual es el conjunto de prácticas culturales, reglas y contingencias sociales que moldean el comportamiento de las mujeres, las contingencias que siguen a un determinado comportamiento están mediadas por los miembros de una cultura, siendo estos en parte responsables del mantenimiento. La cultura de dieta, la imposición de ideales estéticos inalcanzables, por nocivos que sean, están mantenidas por sus consecuencias. De modo que si se quieren cambios de prácticas sociales establecidas se ha de empezar por el análisis de las consecuencias que las están manteniendo, pero no poniendo el foco únicamente en el individuo.

Referencias

Pérez, M. (2004). Análisis de las prácticas culturales. En Pérez, M. (Ed.), Contingencia y drama: la psicología según el conductismo (pp. 190-214). Minerva Ediciones.

 

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