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Contextualizando el contexto: algunos malentendidos y lagunas a la hora de hablar del ambiente y el comportamiento.

Cada vez se escucha más aquello de que el contexto o el ambiente son cosas importantes, que determinan nuestra conducta y la causan. Si cambiamos de contexto, cambiamos nosotros. Yo soy yo y mi circunstancia, afirmaba Ortega y Gasset. Este precepto, en la línea con el auge del existencialismo, situaba al “ser” lejos de una posición privilegiada, ahistórica y atemporal, y lo bajaba al terreno mundano de los seres contingentes, sujetos al devenir de la historia y en relación con el resto de las cosas, como ser-en-el-mundo, según la formulación heideggeriana. Es decir, como ser contextuado, histórico y cuya existencia y capacidades (racionalidad, lenguaje, emoción) no son necesarias, sino contingentes. La relación de la psicología científica con la relevancia del contexto ha sido ambivalente y cambiante, según la época y el ámbito, siendo mínima en áreas como psicología de la personalidad, o variante en otras como la psicología clínica, donde se pasó de un predominio conductista en los 50, a un giro hacia el “sistema cognitivo” y el organismo en lo restante de siglo. Sin embargo, el estudio y la revalorización del contexto no ha sido exclusivo del marco conductista, aunque sí ha sido probablemente el que más lo ha reivindicado, o al que más se lo han reivindicado. En general, en estos últimos tiempos, parece resurgir esta “vuelta al contexto”. Pero antes de volver a él, probablemente deberíamos preguntarnos qué es, cómo deberíamos entenderlo, qué cosas comprenden el contexto, y qué implicaciones tiene todo esto.

¿Qué es el contexto?

Desde una posición ingenua, podría entenderse el contexto como aquello que rodea al individuo. Mi contexto ahora mismo sería la habitación en la que estoy, el ordenador o aparato móvil en el que estoy leyendo este mismo texto. Serían los elementos físicos que me rodearían. Si aparece un familiar por la puerta, ha cambiado mi contexto, añadiéndole un elemento más. Como digo, esta es una visión ingenua del entendimiento del contexto de una persona, equiparándolo al contexto físico u objetivo. Y es la que ha llevado a mal-entender que cambiar de contexto físico produciría un cambio de conducta necesario, cuando disponemos de muchas pruebas observacionales de que esto no necesariamente ocurre así.
Podemos diferenciar, con motivos didácticos e introductorios, entre el contexto objetivo y subjetivo de una persona. El contexto objetivo sería el contexto físico, descriptible en base a criterios ajenos al individuo y que, en principio, sería igual para cualquier organismo que se situase en este. Considerándolo de tal forma, es lógico pensar que un cambio de contexto no necesariamente elicitaría cambios de comportamiento. O que cambiar mucho este nos llevaría a cambiar mucho nuestro comportamiento, por ejemplo, pasando de estar en casa a estar en el campo. Aunque esto sea en gran parte cierto, se ha argumentado en contra del “contextualismo” que hay elementos de la personalidad (el conjunto de lo que hacemos o reacciones psicológicas) que se mantienen constantes entre contextos muy diferentes. Que una persona “introvertida” lo será también sea el contexto que sea. Y esto, no siendo falso, no es del todo cierto. Si algo nos ha dejado clara la psicología en estos últimos años es que no respondemos a las propiedades objetivas de nuestro entorno, sino a las funciones que los diversos estímulos que lo componen han adquirido a lo largo de nuestra historia.
Hablemos ahora del contexto subjetivo, o psicológico, como lo denominaban algunos autores de la perspectiva interaccionista de la personalidad. Este contexto sería subjetivo, no en un sentido de privado o mental, sino en tanto que es resultado de las interacciones de un individuo a lo largo de su historia de vida, en la que los diferentes estímulos percibidos han ido adquiriendo diversas asociaciones, reacciones condicionadas, funcionalidades y propiedades (considerar este proceso histórico de aprendizaje como una entidad mental única y estable no sería sino otro ejemplo del fenómeno de la reificación). Por ejemplo, es obvio que no es igual la presencia de un perro para una persona que ha tenido experiencias aversivas con ellos que para alguien que haya tenido experiencias más apetitivas. Ante el mismo “contexto objetivo”, el contexto real de esa persona, en un sentido psicológico, es totalmente diferente.
Un error de los investigadores que han considerado el contexto como algo con características fijas e idénticas para todos los organismos, como ocurre en diversos estudios que concluyen acerca de la elevada estabilidad e innatismo de la personalidad, es el de reducir este “contexto psicológico” al “contexto objetivo”. Desde una perspectiva psicológica, esto no tendría sentido ni estaríamos hablando de lo mismo. De hecho, el único contexto que tendría sentido desde una perspectiva psicológica sería el llamado, de forma redundante, “contexto psicológico”. Algunos autores, como Kantor, hicieron una diferenciación en este sentido hablando de “estímulos” y “objetos estímulos” (estos últimos serían aquellos funcionalmente relevantes para la respuesta del organismo).

¿Cómo se constituye este contexto particular?

Los diversos estímulos presentes en el contexto pueden tener diferente función, como ya se ha mencionado, según la que haya adquirido a lo largo de la historia del organismo. Puede estar constituido por ECs (la música de fondo mientras leemos nos genera reacciones emocionales condicionadas determinadas), estímulos discriminativos que señalan la aparición o no de un consecuente (el título o enlace de este artículo es un ejemplo de ello, para obtener el reforzamiento condicionado que sería acceder a leerlo) y el control condicional al que esté expuesto este u otros discriminativos. Es decir, la presencia de otros estímulos hace que el estímulo discriminativo funcione como tal, o como delta, es decir, señala una contingencia de reforzamiento o de extinción/castigo, respectivamente (Gómez, 2004). Por ejemplo, que esté habilitada la señal del wifi o datos del aparato de lectura para que, el estímulo del enlace funcione realmente como estímulo discriminativo, en lugar de como estímulo delta. Parece que el contexto de una persona, su ambiente, lo que le rodea, no sólo no es tan simple como una reducción a los objetos físicos que lo componen, sino que los diversos “objetos estímulos” se relacionan entre sí y poseen propiedades y funciones muy variables y sutiles para cada sujeto. Esto hace que el conjunto de estímulos relevantes que constituyen el contexto y su relevancia sean difíciles de entender a simple vista, y sin observar de forma sistemática la conducta de ese organismo, establecer y comprobar hipótesis de cambio conductual variando su entorno, o recibiendo informes sobre las reacciones y experiencias con dichos elementos del medio. Y esto, simplemente, para un acto tan sencillo como acceder a una página web. El lector o lectora se puede imaginar cómo se complicaría este asunto si aquí nos extendiésemos más en desentrañar claves sociales, con las diferentes asociaciones estimulares que están llevan asociadas, o los diferentes marcos de condicionalidad que pueden establecerse.
Un aspecto interesante y muy importante que se deriva de lo dicho es que el contexto, lejos de ser un conjunto de estímulos simplemente del momento presente, constituye, además, la historia de aprendizaje a través de la cual esos estímulos han adquirido diferentes propiedades y funciones, así como la de otros a los que se hayan condicionado. Es decir, que el contexto de un organismo no sólo sería aquello que acontece en el momento presente a la vez, físicamente, que el organismo, sino toda una “historia de contextos” acontecidos en contactos entre esos estímulos y ese organismo.

¿Es entonces el contexto sólo aquello externo al individuo?

Depende de qué consideremos externo e interno. Algunos autores (Ribes, 1982) señalan que esta se trata de una dualidad artificiosa e innecesaria. Pero podríamos calificar como contexto todo aquello que contiene estímulos a los que puede reaccionar el organismo y/o afectan/modulan sus respuestas. De esta forma, contexto o ambiente serían todo aquello que constituya lo que nuestros sistemas sensoriales o propioceptivos reciban o capten. Esta definición incluiría nuestro propio cuerpo biológico y sus cambios como parte de nuestro contexto. Ejemplo de esto último es el fenómeno de las autodiscriminaciones condicionales (Pérez-Acosta, 2001), las cuales constituyen el uso de estimulación interoceptiva, propioceptiva o incluso el uso de las relaciones entre nuestra conducta y entorno (contingencia) como fuente de estimulación discriminativa que indica la presencia o ausencia de reforzamiento, así como el cambio en la función informativa de otros estímulos discriminativos. Puede ocurrir lo mismo para cuando reaccionamos nuestra propia conducta, ya sea motora o a un pensamiento propio. Hay numerosos ejemplos experimentales acerca de cómo nuestra propia conducta puede funcionar como estímulo discriminativo (García, 2006; Pérez, 2001). Aunque pueda parecer algo extraño, usar nuestro cuerpo como clave a la que reaccionar tiene importantísimas implicaciones, hasta el punto de ser algo reforzado por nuestra propia comunidad verbal, desde la detección de síntomas de enfermedades, efectos de sustancias o necesidades biológicas, a la ejecución de cadenas conductuales como los pasos de un baile.
La conducta de uno mismo, incluso los cambios percibidos en el propio organismo, pueden y generalmente funcionan como objetos estímulos a los que el individuo reacciona. Estos comportamientos y cambios biológicos, lejos de ser prueba de que la conducta sea autogenerada, adquieren un valor para el organismo en tanto que son relevantes para la comunidad verbal de este. Es decir, antes que estímulos “internos”, podríamos decir que fueron “externos”. Cuando una persona baila, el contexto de cada uno de sus pasos es el paso anterior. Sin embargo, es bastante probable que ese baile fuese previamente moldeado o modelado por un instructor algo más experto en la materia.
Esto no es muy diferente a lo que ocurre en una persona que está rumiando o realizando compulsiones encubiertas, salvo por la salvedad del contenido verbal de estos ejemplos. De hecho, nuestras verbalizaciones acerca de las situaciones en las que estamos son tan importantes que pueden, gracias al lenguaje, modificar las funciones de muchos de los estímulos presentes. La diferencia frente a algunas posturas clínicas más ingenuas es que esta conducta, pública o privada, no sería elicitada internamente, como si brotase de los esquemas propios, de la libre voluntad o cambios bioquímicos de origen aparentemente incierto. El lenguaje representa procesos culturales y sociales, y requiere de un complejo y laborioso proceso de aprendizaje a lo largo de nuestra vida para adquirirse y también puede ser posteriormente moldeado por nuestra comunidad verbal.
Para concluir, lo expuesto en el texto constituyen diversos ejemplos acerca de cómo una caracterización simplista del contexto o el ambiente no sólo no se corresponde con la realidad, sino que ensombrece el entendimiento del comportamiento y sus causas. El trabajo en tener en cuenta una idea del contexto más adecuada y completa no sólo es una tarea para la psicología en general, sino también para aquellos que reivindican su importancia.

 

Referencias:

  • Gómez, J., García, A., Pérez, V., Gutiérrez, M., Bohórquez, C. (2004). Aportaciones del análisis conductual al estudio de la conducta emergente: algunos fenómenos experimentales. International Journal of Psychology and Psychological Therapy, 1, 37-66.
  • Pérez-Acosta, A., Benjumea, S., Navarro, J. (2001). Autoconciencia animal: estudios sobre autodiscriminación condicional en varias especies. Revista latinoamericana de psicología, 3, 311-327.
  • García, A., Benjumea, S. (2006). Discriminación condicional de la propia conducta en palomas: el papel de la longitud de la conducta-muestra. International Journal of Psychology and Psychological Therapy, 3, 331-342.
  • Ribes, E. (1982). Los eventos privados, ¿un problema para la teoría de la conducta? Revista mexicana de análisis de conducta, 1, 11-29.

Autor: Juan Antonio Membrive Galera

 

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