Tradicionalmente, la esquizofrenia se ha utilizado como una etiqueta que engloba problemas de comportamiento, como déficits y excesos conductuales, caracterizados por la alteración de la experiencia de uno mismo y del mundo.
Para comprender cómo se entienden las conductas alucinatorias y delirantes desde el análisis de conducta, conviene introducir algunas cuestiones filosóficas que permiten entender las limitaciones de la conceptualización tradicional de los llamados trastornos psicóticos.
El modelo biomédico ha dominado la conceptualización y tratamiento de los trastornos mentales graves durante décadas. Este modelo parte de una visión estructural de los problemas psicológicos, de manera que estos se estudian atendiendo a las estructuras subyacentes que explicarían los problemas de la conducta observada. El problema de esta perspectiva es que se reduce el problema psicológico de una persona a ciertos desajustes fisiológicos, de manera que el objeto de estudio no es el comportamiento, sino la fisiología cerebral del mismo. Esta perspectiva asume que las causas de los problemas psicológicos son biológicas, dejando fuera, en muchas ocasiones, las variables individuales y sociales. Por ejemplo, bajo esta perspectiva, se entendería que un desajuste en determinados neurotransmisores serían los responsables del desarrollo de alucinaciones.
El análisis de conducta examina el comportamiento a través de sus consecuencias y difiere sistemáticamente de los objetivos de otro tipo de análisis, como, por ejemplo, el análisis genético, biológico y cognitivo. Estos últimos, se engloban dentro de lo que se conoce como esencialismo. El esencialismo podría definirse como la tendencia a ver los fenómenos categóricos de la naturaleza como un reflejo de cualidades universales, duraderas e intrínsecas a cada clase o unidad. Al asumir este paradigma, el objetivo de la intervención en la esquizofrenia pasaría a ser la identificación de estas propiedades esenciales, como, por ejemplo, los genes implicados en el inicio del trastorno, el cambio estructural de algunas regiones del cerebro o los defectos en la memoria o funciones ejecutivas. Por el contrario, el análisis de conducta está enraizado en el paradigma seleccionista que, como su propio nombre indica, intenta proporcionar una consideración funcional de las conductas, examinando cómo el entorno selecciona el comportamiento en determinadas situaciones. Por lo tanto, el objetivo de la psicología sería identificar los factores ambientales que seleccionan estas conductas y cómo son adaptativas en un determinado ambiente.
En vista de lo anterior, se puede decir que el estudio de esta compleja problemática ha sido, tradicionalmente, biologicista, estructural y, por tanto, reduccionista. En absoluto se niega la influencia de factores genéticos, neurológicos y cognitivos en el desarrollo de trastornos psicóticos.
Lo que se cuestiona es que dichos fenómenos se encuentran en niveles explicativos diferentes y, por lo tanto, no es viable ni a nivel espistemológico ni a nivel pragmático, la aplicación de los términos y explicaciones desarrollados desde el análisis de la conducta a descripciones de procesos biológicos.
Precisamente porque el objeto de estudio del análisis de la conducta es el análisis de las relaciones de contingencia que controlan el comportamiento de un organismo, se tienen especialmente en cuenta las posibles relaciones de causalidad entre, por ejemplo, alguna alteración fisiológica y las conductas alucinatorias. Estas relaciones se consideran de una naturaleza teórica distinta a las relaciones que se estudian a nivel biológico y dichas relaciones se consideran como una variable disposicional a considerar dentro del análisis funcional. El plano en el que ha puesto el foco el análisis de conducta en los trastornos psicóticos ha sido en estudiar cómo el ambiente tiene un rol central en el desarrollo de estos comportamientos e incluso, cómo éste influye en aspectos fisiológicos. Al examinar los factores ambientales específicos que se han asociado con el inicio de la esquizofrenia, el denominador común parece ser un ambiente temprano que aísla socialmente. Por ejemplo, se ha encontrado un mayor riesgo de desarrollar esquizofrenia entre los inmigrantes de segunda generación que los de primera generación, hallazgo que rechaza la hipótesis de que el mayor riesgo de desarrollar esquizofrenia entre inmigrantes se debe a la migración selectiva de individuos vulnerables o debido exclusivamente a factores genéticos.
Aunque ambas perspectivas: esencialista y seleccionista, son necesarias, el paradigma esencialista ha dominado durante las últimas décadas la conceptualización de los trastornos psicóticos. Un ejemplo de ello son los llamados modelos de vulnerabilidad-estrés. A pesar de que es indiscutible el papel que tienen algunos factores de riesgo como la adversidad social, la migración y factores relacionados con la comunidad en el desarrollo de los trastornos psicóticos, modelos, que no dejan de ser fundamentalmente esencialistas, no suelen explorar la función de determinados comportamientos en los diferentes contextos. En su lugar, tienden a utilizar estos factores de riesgo u otros factores genéticos y estructurales como variables responsables del fenómeno, cayendo en razonamientos circulares o tautológicos, como podría ser el hecho de asumir que una persona tiene alucinaciones porque ha desarrollado un episodio psicótico, y explicar el diagnóstico del trastorno psicótico debido a que el individuo presenta alucinaciones.
Por ejemplo, desde un paradigma seleccionista, se examinaría y explicaría como la tendencia a escuchar voces cuando no hay un estímulo real presente y el individuo está aislado, podría resultar un comportamiento ventajoso y por lo tanto, seleccionado cuando el ambiente es hostil. Por el contrario, desde una perspectiva esencialista, estos comportamientos serían atribuidos a un defecto en la memoria episódica o las funciones ejecutivas, entre otros.
Autoría:
Luz Contreras, Atala Jacobo y Rebeca Pardo
Referencias
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