¿Alguna vez te ha parecido que alguien te llamaba y al mirar no había nadie? ¿Has tenido la sensación de que alguien te estaba siguiendo por la calle? Estos son ejemplos de situaciones que seguramente todos y todas hayamos experimentado alguna vez en nuestra vida, y nos van a servir de guía e introducción para conceptualizar y definir las conductas alucinatorias y delirantes.
Existen muchas ideas erróneas y preconcebidas sobre las alucinaciones, pero, ¿qué son exactamente? Podemos definirlas como una percepción sensorial que tiene el convincente sentido de la realidad de una percepción real, pero que ocurre sin estimulación externa del órgano sensorial implicado.
Para entender y explicar las alucinaciones desde el análisis de conducta, tenemos que remitirnos a la concepción skinneriana. Hacer, pensar o percibir se consideran comportamientos, por lo tanto, ¿podríamos considerar alucinar como un comportamiento más? Efectivamente, desde esta perspectiva, alucinar se explica como conducta operante, que, como cualquier otro tipo de comportamiento presenta una funcionalidad. La conducta de percibir se encuentra sometida a contingencias de las cuales es función, siendo el grado de estimulación presente y el nivel de privación dos condiciones que afectan en cómo los individuos perciben su entorno, y de este modo, influenciar en la ocurrencia de las alucinaciones. El primer ejemplo mencionado al principio del post, sentir que alguien nos llamaba sin que realmente hubiese nadie, o notar que nuestro móvil vibra sin tener ningún tipo de tipo de notificación, pueden ser dos conductas alucinatorias bastante probables en población no clínica.
Imaginar o soñar también es comportarse, ambos producidos de forma encubierta. Ver en ausencia de la cosa vista. La conducta de ver puede darse ante estimulación externa, es decir, ante los objetos reales, pero también puede ocurrir en ausencia de esos objetos y bajo el control de otras variables. Estas variables que controlan la conducta de imaginar o soñar son, por un lado, los niveles de privación del sujeto y por otro, el reforzamiento que la emisión de esa conducta recibe. La diferencia entre los comportamientos que realizamos cuando estamos despiertos o dormidos son sólo las condiciones que lo controlan.
Pero… ¿Cuál es la diferencia entre imaginar o soñar y alucinar? En realidad, en ambos casos, la conducta de imaginar o soñar tiene una serie de efectos prácticos sobre el comportamiento del sujeto que refuerzan su emisión. Por un lado, la respuesta encubierta no es castigada por la sociedad, lo que posibilita que sea reforzada por la evitación del castigo que supondría el comportamiento requerido para exponerse a la estimulación externa. Además, algunas de las conductas necesarias para exponerse a ciertos estímulos reforzantes son imposibles de realizar. “Imaginar” no solo elimina la posible estimulación aversiva o la pérdida de otros reforzadores requerida para que se presente el reforzador último, sino que permite el acceso a ciertos estímulos a los que el sujeto no se puede exponer de otra forma. Por lo tanto, una vez más, la diferencia entre imaginar o soñar y alucinar, está en las condiciones que controlan cada conducta.
Para poder entender los procesos psicológicos que hay detrás de las alucinaciones, tenemos que tener en cuenta algunos aspectos relevantes. Por un lado, se ha encontrado que es más probable que las alucinaciones ocurran en situaciones de ansiedad o estrés y en periodos de deprivación sensorial. Además, la exposición a ruidos blancos, así como a otras condiciones ambientales similares, suelen afectar a estas experiencias.
Pero, ¿por qué aparecen y se mantienen estas conductas bajo estas circunstancias o estimulaciones? Las conductas alucinatorias podrían cumplir las siguientes funciones que, probablemente, explicarían su inicio y mantenimiento.
Funcionalmente, las alucinaciones se desarrollan cuando otros reforzadores que son más potentes no se encuentran presentes. Por ejemplo, cuando la estimulación presente en un momento dado es débil, como puede ser en situaciones de aislamiento social o fracaso, las variables que generalmente son inaccesibles a la comunidad verbal pero sí observables por el propio individuo cumplen una gran importancia a la hora de entender estas conductas. Las características que disponen la conducta de percibir, no son únicamente externas, y todo lo que ocurre en nuestro interior también es esencial.
Así mismo, las alucinaciones pueden suponer una distracción y desviar la atención de los sentimientos desagradables o angustiosos y que nos ayuden a afrontarlos. Además, es frecuente que las voces presentes en las alucinaciones auditivas puedan aparecer en respuesta a emociones como la tristeza, el miedo o la ira. Un ejemplo podría ser un individuo que esté atravesando un duelo complicado, en el que en ocasiones puede escuchar la voz de la persona que ha perdido.
Además de todo lo mencionado anteriormente, las alucinaciones en sí mismas presentan propiedades reforzantes. Pueden suponer una ayuda en la toma de decisiones o servir de guía, cumpliendo una función similar a la que pueden tener ciertas reglas verbales, así como servir de alivio o de reducción del malestar.
Hasta aquí, casi todo lo que habéis leído trata sobre las alucinaciones, para las cuales esperamos que la información ofrecida haya sido útil. Pero, queda una cuestión sin resolver que también genera duda, ¿qué ocurre con los delirios?
Los delirios parecen desarrollarse de la misma manera en la que lo hacen las creencias, es decir, como respuesta a la necesidad de encontrar una explicación a los fenómenos que suceden en la vida de la persona. La delgada línea entre los delirios y este tipo de creencias o explicaciones, estaría en que la conducta delirante suele surgir en situaciones de aislamiento en las que la persona carece de un feedback social correctivo que permita normalizar estas experiencias inusuales.
Los delirios se tratan de nuevas constituciones de la realidad que cumplen funciones muy adaptativas para la persona. No brotan o aparecen espontáneamente, sino que nacen a raíz de la transformación de la relación entre la persona y su entorno.
Las experiencias inusuales más comunes que promueven el desarrollo de estas explicaciones son, precisamente, las alucinaciones auditivas. Cuando el individuo empieza a escuchar voces, necesita explicar por qué estas han aparecido. De la misma manera, los delirios persecutorios o paranoides suelen empezar ante experiencias sensoriales inusuales que requieren una explicación. Un ejemplo del delirio persecutorio podría ser la creencia de que nos están siguiendo o espiando después de que hayan entrado a robar en casa. Estas experiencias sensoriales pueden ser comunes en la población general. Una característica típica de los delirios es que los individuos que los presentan tienen una total convicción de estas creencias, junto a una gran dificultad para que esta sea rebatida o para aceptar argumentos contradictorios. Sin embargo, cuando los individuos están aislados socialmente, es menos probable que tengan a alguien que les ayude a entender por qué ha ocurrido ese fenómeno, haciendo así más probable la idea de ver a los demás como los responsables de estas experiencias. Otros ejemplos podrían ser el pensamiento recurrente o la creencia de que las personas que nos rodean puedan estar observando y analizando nuestro comportamiento; presentar autoconcepto muy elevado, con numerosos pensamientos y creencias de superioridad sobre el resto, o incluso la firme creencia de que el resto de personas piensan mal sobre uno mismo sin evidencias que lo avalen.
Aunque no se pretende generalizar, varias investigaciones señalan algunas posibles funciones que estas conductas pueden cumplir en los individuos. Por un lado, estas ideas podrían proteger al individuo de una baja autoestima, pueden ayudar a la persona a evitar culparse a sí mismo de la ocurrencia de eventos negativos, pueden proporcionar un sentido de poder y grandiosidad y pueden compensar los sentimientos de falta de valía o desprecio a uno mismo.
Cabe destacar, que, para la explicación de las conductas alucinatorias y delirantes, se considera imprescindible la realización de un análisis funcional.
Pasando a la intervención de estos comportamientos, una de las consecuencias directas de la conceptualización biomédica de la esquizofrenia, es la consideración de los trastornos mentales graves como problemas crónicos que solamente pueden ser tratados a través de sustancias químicas que ayudan al organismo a equilibrar dichos desajustes. Tras años de investigación, no se han descubierto los mecanismos fisiológicos que subyacen a esta problemática. A pesar de que la farmacología es el tratamiento más utilizado, no es la única estrategia que ha resultado efectiva. No hay que olvidar que la medicación es meramente sintomática, de manera que deja fuera a la persona y a sus circunstancias. La conceptualización de los trastornos mentales graves como problemas de conducta desde una perspectiva analítico-funcional ayuda a identificar las causas de estos problemas y a diseñar una intervención basada en el resultado de una evaluación funcional.
Autoría:
Luz Contreras, Atala Jacobo y Rebeca Pardo
Referencia:
García Montes, J. y Pérez Álvarez, M. (2011). La visión Skinneriana sobre las alucinaciones. Vigencia y revisión. Psychology, Society & Education, 3(1), 15-22. https://doi.org/10.25115/psye.v3i1.445