“No hay escape de la filosofía, la cuestión es solamente si es buena o mala, confusa o clara. Quien rechaza la filosofía está él mismo inconscientemente practicando filosofía”
Karl Jaspers
Probablemente el lector se haya encontrado en la situación de hacer la receta de una macedonia. No es algo difícil: básicamente consiste en mezclar una cantidad variada de frutas en un bol. Al gusto, o bajo los criterios que uno considere. En principio no hay nada malo en mezclar frutas, no incumple ningún principio ético o epistemológico el hacer esto. Ahora bien, no se puede hacer lo mismo con otros asuntos; por ejemplo, las terapias psicológicas.
Es cierto que en psicología, o al menos en la psicología aplicada al ámbito clínico/sanitario, prosigue existiendo una pluralidad de enfoques, escuelas o paradigmas. Ante las críticas y “luchas” entre ellas, hubo quien quiso pensar “por qué no mezclarlas todas, o bien coger lo que más nos gusta de cada una”. Pero aquí surge un importante problema: los paradigmas psicológicos no son frutas, ni se puede hacer de ellos una macedonia. En los siguientes párrafos se va a intentar desgranar los motivos del rechazo de esta práctica.
Según Freixas (1993), el denominado eclecticismo técnico consiste en la selección de técnicas y procedimientos con independencia de la teoría originaria, cuando se cree que será útil al usuario. Otros autores señalan que es una perspectiva que “se adapta a las necesidades únicas de cada cliente específico, según el problema y los objetivos del tratamiento”. Los criterios que se tomen para elegir estas técnicas pueden ser pragmáticos (según hayan demostrado eficacia o no esas técnicas), de orientación (integración siguiendo una coherencia con la teoría de base) o sistémicos (la elección de técnicas depende de la lógica sistemática así como de cierta elaboración teórica). Pero, ¿qué hay de cierto en las aseveraciones que hace el ecléctico sobre las bondades de su práctica?
- Sobre la posibilidad de mezclar paradigmas: los paradigmas científicos consisten en una serie de prácticas científicas, asentadas dentro de una filosofía particular, es decir, una serie de supuestos sobre cuál es su objeto de estudio, cuáles son los métodos de investigación, cuáles son las preguntas a realizarse, etcétera (lo cual autores como Imre Lakatos han denominado “núcleo firme o duro” del paradigma o programa de investigación). Una de las características relevantes de esta filosofía, de la cual se deriva la aplicación del método y la obtención de principios básicos, es que es inconmensurable respecto a otros paradigmas, así como no demostrable (no se puede llevar a cabo un experimento para demostrar que el llevar a cabo un experimento demuestra causalidad). Partiendo de que los diferentes paradigmas difieren en estos asuntos, es un precepto epistemológico el considerar que no se pueden adoptar enfoques con bases teóricas inconmensurables y no intercambiables entre sí (no puede haber convergencia entre posiciones deterministas y el libre albedrío, tampoco entre monistas y pluralistas, enfoques organicistas e interactivos). De esta forma, carece de sentido afirmar que uno use indistintamente diferentes modelos de entendimiento del comportamiento, de igual forma que carecería de sentido levantarse un día darwinista, y al siguiente lamarckista o creacionista. Tampoco es sostenible la afirmación de que uno, simplemente, “ignora la teoría”, pues nunca está uno libre de tener una filosofía o base teórica, como bien afirmaba Karl Jaspers. Cuando uno se define ateórico, o bien dirige su trabajo “sin tener en cuenta la teoría”, ciertamente está tomando una teoría, pero esta base teórica es una implícita, no explicitada, ni trabajada, por lo que se está en una peor posición teórica y sobre un suelo aún más inestable que quien se adhiere a un marco teórico.
- Sobre las bondades de su adaptación a las necesidades del cliente: en el mismo fundamento de perspectivas como el análisis aplicado de conducta (y me atrevería a decir que en muchos otros) está el análisis del caso particular, entendido como necesidades, problemas, conductas o interacciones específicas, con unos objetivos de cambio también dependientes del caso particular.
- Sobre el enriquecimiento de la intervención a través del uso de las aportaciones de diferentes perspectivas: se confunde aquí la individualización del tratamiento con la inespecificación teórica. Toda intervención debe ser individualizada al caso, es decir, dirigida a las variables particulares que mantienen el problema. La supuesta idea de que un enfoque cognitivo será adecuado ante la existencia de distorsiones de pensamiento, y un enfoque conductista para problemas de comportamientos observables, está fundamentada en un desconocimiento sobre los principios que asientan los diferentes modelos. Nada niega que el enfoque conductual no lleve a cabo un trabajo con el pensamiento del cliente (conducta verbal, al fin y al cabo). Se confunden aquí escuelas o tradiciones de trabajo, con las posibilidades que otorga cada paradigma (y una más que probable ignorancia sobre los presupuestos e investigaciones dentro de muchos de estos marcos a integrar).
- Cabe también la crítica de que el/la psicólogo/a que se basa en un modelo teórico distorsiona la realidad del caso para adaptarla a su marco. Este argumento sería interesante si se diese la situación en la que un científico o técnico pudiese no tener una teoría, como ya se ha comentado. Algunas de estas teorías están formuladas en los diferentes tipos de eclecticismo, bien aquel que basa la aplicación de técnicas según la eficacia demostrada (enfoque que presenta en sí mismo sus críticas), o en la que se constata la existencia de una serie de “factores comunes” a la base de la intervención psicoterapéutica. Si acaso algo diferencia a la teoría de este último caso de la de otros modelos, es en sus carencias, sin una base apropiada (como la que sí tiene, por ejemplo, la terapia de modificación de conducta).
- Sobre la búsqueda de la unidad en psicoterapia: podría concebirse esta búsqueda como un pseudoproblema, derivado de la defensa del pluralismo en psicología bajo argumentos relativistas (Porrás Velásquez, 2011). En lugar de buscar la unificación o la integración, la ruptura de disputas, deberíamos buscar (clarificar) los principios más adecuados (asentarnos sobre una base más sólida antes de crear un gigante sobre unas piernas de papel). Se da la circunstancia de que el resultado de estas posiciones teóricas no ha sido, a día de hoy, ningún sistema que perdure en el tiempo, cuyas aportaciones den paso a nuevas evidencias o al avance de la empresa científica, sino que “solo pretende ser válido para un determinado proceso o momento terapéutico” (Porrás Velásquez, 2011). Podría así aplicarse, a la formulación ecléctica, el refrán de que “lo que mal empieza, mal acaba”.
Podría concluirse que la actividad del ecléctico es aquella en la que, sin comprometerse con una teoría fundamentada del estudio del comportamiento, ni con que esté basada en unos principios básicos, pretende proponer una especie de cóctel de técnicas donde no se consigue un avance, ni en las necesidades del usuario, ni en el desarrollo de la investigación terapéutica, más allá de lo que ya existe, sin que quede claro si hay más eficacia, o si esto lleva a una mejora futura de la terapia. El comportamiento del ecléctico parece así responder más a un proceso de reforzamiento negativo, según el cual se evita la compleja tarea de formarse en un marco teórico, pasando superficialmente por los distintos enfoques, y usando heurísticos sobre los procesos explicativos de cambio (obviando los procesos explicativos del comportamiento).
El eclecticismo no sería necesario, en tanto que no es posible. Y, al menos los argumentos de su defensa, carecen de sentido, como se ha argumentado anteriormente. Ello no significa que uno se deba adecuar a patrones fijos de intervención, como suele criticar (falazmente) el ecléctico sobre otros psicólogos/as. No hay ninguna ley que prohíba a, por ejemplo, un conductista, moldear la conducta verbal de un cliente, o dar reglas verbales sobre el comportamiento (lo que algunos podrían llamar reestructuración cognitiva), o trabajar con las interacciones familiares (lo que algunos podrían llamar intervención sistémica). El eclecticismo no añade nada nuevo a lo ya existente y, si acaso, resta, pues limita la concepción de base de la conducta de la persona.
Para finalizar, mencionar que en este texto se ha defendido una posición conductista como alternativa a la posición ecléctica, en primer lugar, porque es el paradigma en el que se mueve el autor del texto (y sobre el que se puede afirmar con menor posibilidad de caer en error) y, en segundo lugar, porque creo que sus bondades la hacen una alternativa mucho más útil y acertada (lo cual requeriría ser explicado en otro artículo). Sin embargo, esto no cierra la puerta a que el/la psicólogo/a que lea esto tenga necesariamente que adoptar esta perspectiva, sino que la crítica y alternativa podría ser igualmente válida para alguien autodefinido, por ejemplo, como psicólogo cognitivo, o incluso para aquel que crea un nuevo modelo.
Referencias:
- Porrás Velásquez, N. (2011). Del pluralismo al eclecticismo en la psicología de hoy: una reflexión epistemológica. Tesis psicológica, 6, 151-172.
- Feixas, G., Miró, M. (1993). Aproximaciones a la psicoterapia. Barcelona: Paidós.
Autor: Juan Antonio Membrive Galera