Los sesgos se pueden definir como tendencias, bien a atender determinados estímulos frente a otros (sesgo hacia la información amenazante o negativa), o a realizar determinado tipo de atribuciones (disposicionales, autoensalzadoras) frente a otras. De esta forma, la información que se recogería, o las respuestas verbales dadas, serían parciales y, por tanto, irracionales. En este sentido, un sesgo cognitivo sería una descripción de comportamientos; por ejemplo, el conjunto de conductas de orientación hacia ciertos estímulos de valencia negativa (sesgo hacia la información amenazante). Sin embargo, estos sesgos también forman parte de lo que entendemos como comportamiento y, más que explicar, deberían ser algo explicado (ya hemos expuesto anteriormente cómo procesos cognitivos básicos, como la atención, pueden concebirse como resultado de procesos de aprendizaje).
Desde esta perspectiva, los sesgos (al menos los que aquí vamos a mencionar) también pueden entenderse como algo aprendido. Esta puede presentarse como una alternativa más interesante y complementaria a la clásica (cognitiva) de estudio de los sesgos, en tanto que nos permite identificar las variables que llevan a originar y mantener dichas formas de atender la información y de sesgar nuestras explicaciones sobre ellas, siendo así más fácil operar sobre estas para modificar formas poco útiles de entender la realidad. De esta forma entenderíamos los sesgos como condiciones adaptativas y funcionales de comportarse por parte del ser humano, resultado de contingencias de aprendizaje o supervivencia, y que han presentado un sentido psicológico en la historia de ese organismo, aunque bajo criterios racionales o normativos no sean la forma más útil de desempeñarse. Autores como de Hower (2019) ya han explorado esta vía y sugerido alternativas, definiendo los sesgos como fenómenos conductuales automáticos influidos de forma implícita por claves sociales del ambiente, en contrapunto a la perspectiva clásica, más centrada en juzgar si el comportamiento estudiado es sesgado o no, racional o irracional.
A continuación se van a comentar algunos de los sesgos más conocidos a modo ilustrativo de esta perspectiva:
Error fundamental o sesgo de correspondencia: “tendencia a atribuir el comportamiento principalmente a disposiciones internas e ignorar el poder de los determinantes situacionales de la conducta”.
Según Gaviria (2009), estos errores y sesgos atribucionales serían «elementos indispensables del sistema de una sociedad o cultura determinada, atribuible a la existencia de una norma social de internalidad»: reglas verbales que atribuyen el comportamiento a atributos internos, reforzadas en un mayor número de contextos que aquellas que lo atribuyen a factores situacionales (fomentando así mayor generalización para el primer tipo de explicación, frente a las segundas). Lejos de ser este un sesgo intrínseco o absoluto, en algunos estudios experimentales se ha encontrado que, en sociedades menos individualistas que la occidental, el hecho de hacer más salientes las claves contextuales hace disminuir, aunque no desaparecer, este error fundamental (Choi y Nisbett, 1999).
Esta relativa transculturalidad del fenómeno podría hacer pensar que este se trata de algo innato. Sin embargo, cabe la posibilidad de que este siga siendo un resultado normal del aprendizaje al que inevitablemente se expone todo individuo. Me explico: si uno piensa en su día a día interaccionando con otros u observando su comportamiento, la mayor parte de las veces somos ciegos a las contingencias que mantienen las respuestas idiosincrásicas de los demás (bien porque no hemos aprendido a prestar atención a ellas, porque no siempre suelen ser tan salientes como para captar nuestra atención, o porque directamente se omiten al escuchar hablar sobre el comportamiento de otro). Esto hace más probable que discriminemos, en un alto número de situaciones, al organismo que tenemos delante en sí mismo como locus o causa del comportamiento. Por lo tanto, este sesgo podría ser perfectamente una consecuencia natural del proceso de aprendizaje de todo individuo, siendo necesaria una educación posterior y aprendizaje de nuevas reglas para poder realizar otras atribuciones diferentes.
Cabría apuntar lo paradójico que sería que algunos psicólogos fuesen presa de este mismo sesgo a la hora de atribuir conductas humanas (y, entre ellas, los mismos sesgos) a variables latentes o características intrínsecas del ser humano (paradójico, pero realista, dado que el psicólogo y el científico no deja de ser un ser humano afectado por los mismos principios que determinan el aprendizaje).
Sesgo de confirmación: “sesgamos nuestra atención hacia aquello que confirma lo que ya pensábamos, o que confirma nuestras hipótesis, sin importar si esta es verdadera o no”. ¿Por qué? «Tener razón» es un poderoso reforzador social. Le convierte a uno, ante los ojos de otros, en una fuente fiable de conocimiento o verdad, pudiendo obtener numerosos beneficios sociales como: recibir más atención social sobre sus verbalizaciones, que sus verbalizaciones adquieran mayor capacidad de controlar las conductas de otros de forma generalizada, evitar ser rechazado por su grupo por mostrar reglas o ideas que sean ineficaces o problemáticas (por poner algunos ejemplos). Lo dicho sobre “tener razón”, o no perder la congruencia, puede también aplicarse a la conocida “disonancia cognitiva”, como factor motivador de esta, de forma que en este caso el sujeto no sólo busca mantener la coherencia ante los demás, sino que esto se convertiría posteriormente en un valor también para sí mismo.
Habría que considerar también otros posibles mantenedores, como el gran esfuerzo que uno debe realizar para crear un nuevo marco de reglas sobre un área de conocimiento o de guía en la vida (como puede ser la ideología política) si nos exponemos a evidencia desconfirmadora u opuesta a la que mantenemos (reforzamiento negativo). Inclusive, puede decirse que hay otros «efectos reforzantes» en confirmar ideas previas, como el mantenimiento de un ambiente no aversivo: alejamiento de ideas que resultan emocionalmente aversivas, de la incertidumbre que implica cambiar ciertas ideas o anular otras que han sido una guía importante de nuestro comportamiento, etcétera. El resultado de este conjunto de procesos es que, si somos reforzados (positiva o negativamente) por discriminar ciertos estímulos frente a otros, solo atenderemos a aquellos que presentan estos consecuentes relevantes para él, mientras que tenderemos a ignorar el resto (poco informativos o poco relevantes).
Heurístico de disponibilidad: “la información más disponible en la memoria es la más accesible”. No necesariamente se requiere que esta información sea más accesible en un espacio mental, sino que el sujeto se encuentre en situaciones en las que estén presentes estímulos que eliciten dichas respuestas con mayor probabilidad, o bien el sujeto haya emitido respuestas (encubiertas o abiertas) que le pongan en contacto con dicha estimulación (para entender mejor esta perspectiva puede consultarse este enlace sobre el entendimiento de la psicología de la memoria desde el análisis de conducta).
Sesgo hacia la información amenazante: “aquellos estímulos ante los que el sujeto presenta reacciones de miedo, o son percibidos como amenazantes y dañinos, se procesan más rápida y selectivamente”. Quizás se trate de uno de los ejemplos más sencillos de comprender. El hecho de que diversos estímulos se hayan condicionado aversivamente hace que sean más salientes para el sujeto, por lo que atenderá selectivamente a ellos frente a otros (los cuales pueden variar desde estímulos del medio, hasta las propias reacciones y sensaciones del organismo). En muchas ocasiones, estos estímulos elicitadores de respuestas defensivas pueden generalizarse a otros topográficamente similares, o bien “transferirse su función” desde otros con los que constituya una clase funcionalmente equivalente, de modo que la variedad de estímulos que elicitan respuestas defensivas y “captan” nuestra atención es muy variada, y no es necesario que sean directamente entrenados con la aparición de estimulación aversiva. Esta puede presentarse como una alternativa más ecológica y parsimoniosa que aquella que atribuye a supuestos constructos o esquemas mentales no comprobados la capacidad de sesgar la información entrante o saliente del “sistema cognitivo”.
En definitiva, tomando la perspectiva planteada, la psicóloga/o encargada de ayudar a una o un grupo de personas, en lugar de entender estas como una serie de cerebros o sistemas cognitivos distorsionados o que pretenden engañar al sujeto, puede no sólo saber que “se piensa mal”, sino explorar y entender mejor por qué se piensa como se piensa. Y más importante aún: ser capaz de modificar su forma de pensar para abrirle a modos más racionales y útiles de pensar en su día a día, bien a través de cambios en su ambiente, o mediante cambios en las reglas que utiliza para guiar su comportamiento.
Pd: Agradecer al compañero Ramón Nogueras la facilitación de alguno de los artículos utilizados para escribir este post. Si el/la lector está interesado/a en saber más sobre sesgos, recomendamos esta entrevista con los compañeros de psicoflix: https://psicoflix.com/podcast/sesgos-cognitivos-con-ramon-nogueras-episodio-75/
Bibliografía:
Gaviria, E., Cuadrado, M. y López, M. (2009). Introducción a la psicología social. Madrid: Sanz y Torres.
Choi, I., Nisbett, R. y Norenzayan, A. (1999). Causal attribution across cultures: variation and universality. Psychological Bulletin, 125, 47-63.
De Houwer, J. (2019). Implicit bias is behavior: a functional-cognitive perspective on implicit bias.
Artículo escrito por Juan Antonio Membrive